Autor: Luz Clarita Colorado Guerrero.
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En un frío pueblo al sur de Colombia, había una noble, inteligente y bondadosa niña llamada Luciana, cuya madre, Elvira, permanecía en casa, ya que padecía una extraña enfermedad. Su padre trabajaba en la plaza del pueblo, vendiendo flores que él mismo cultivaba. Dicho pueblo se caracterizaba por sus lindos páramos, cultura y extrañas costumbres; una de ella se llamaba Caminada en Llamas, una tradición que se aplicaba cada vez que un individuo del pueblo osaba interrumpir la paz de este, ya sea robando o peleando. Este castigo consistía en hacer caminar descalza a la persona por un camino de piedras calientes.
Un día, Elvira estaba viendo su novela favorita, la de las tres de la tarde, cuando cayó al suelo mientras intentaba llegar al sillón. Por desgracia, estaba sola en la casa, ya que su esposo Felipe estaba en el trabajo y Luciana estaba en el colegio.
Promediaban las seis de la tarde, cuando Luciana y Felipe regresaron a casa y encontraron a Elvira todavía en el suelo, Inmediatamente, Felipe llamó una ambulancia y sujeto a Elvira en sus brazos.
-Luciana, busca el bolso de tu madre y verifica que su identificación este ahí.
-Sí, papá. ¿Crees que estará bien? Preguntó Luciana sollozando.
-No lo sé, hija. Apresúrate a conseguir sus cosas, cierra la puerta de atrás y hazme saber cuándo la ambulancia este aquí.
El paramédico entró velozmente para socorrer a Elvira y así llevarla al puesto de salud más cercano. En el camino, Felipe no dejaba de pensar en el miedo que sintió la vez que casi pierde a su esposa, en aquel tiempo la enfermedad de Elvira solo contaba con pocos casos en el país y los doctores no sabían cómo lidiar contra ella, era algo nuevo tanto para el personal médico como para la pareja. Ese mismo pavor recorrió su cuerpo mientras estaban siendo trasladados al hospital, la idea de perder a sus esposa y madre de su hija le aterrorizaba.
Luego de una larga espera, el médico finalmente dio respuesta sobre las causas de aquel desmayo: la enfermedad había avanzado rápidamente y la medicina que tomaba no le seguía haciendo efecto; por ende, le recetó un nuevo medicamento que era muy costoso.
– Doctor ¿cómo está mi esposa?
– Señor Felipe, lamento informarle que la enfermedad de su esposa ha avanzado notoriamente, su cuerpo dejó de responder al medicamento y ahora necesita con urgencia esta nueva medicina. En el momento se encuentra estable, se le dará salida mañana al mediodía.
– Gracias doctor.
Tras esta triste noticia, Luciana lloró en su cuarto a escondidas de sus padres, pues era consciente de que la situación económica en la que estaban no era buena y el nuevo medicamento costaba mucho más que el anterior. En ese instante, aquella niña estaba siendo invadida por pensamientos que intentaban darle una solución a lo que estaba afrontando, navegaba a la deriva dentro de posibles opciones, pero nada le resultaba viable; la primera opción, era hacer postres para la venta, pero no sabía prepararlos, ya que Elvira siempre era la encargada de hacerlos, Luciana sólo ayudaba a pasarle los trastes; la segunda opción era conseguir un trabajo, pero estaba muy joven para ello y no le darían empleo en ningún lugar y la tercera opción, era ir por el medicamento a la farmacia y pagarlo cuando tuviera el dinero, pero no estaba segura si el tendero le permitiría, fue ahí cuando su padre le informó sobre su decisión, trabajaría más tiempo en la plaza para recolectar el dinero, pero sus intentos fueron casi nulos, ya que no vendía la cantidad de flores suficiente para reunirlo.
– Luciana, hija, quiero hablar contigo.
– Si papá.
– Como sabes, tu madre ha empeorado, el medicamento usual ya no funciona así que debe tomar otro del doble del valor, por ende, trabajaré horas extras en la plaza.
– Esta bien, cuidaré a mamá al llegar de la escuela. ¿Se va a recuperar, cierto?
– Espero que sí, Luci.
Desesperada por ayudar a sus padres y hacer lo posible para que su madre mejorara, Luciana se encaminó hacia el parque principal del pueblo; en el camino encontró una farmacia, donde preguntó por la medicina que su madre necesitaba, y en un momento de descuido del tendero, Luciana agarró la caja y salió presurosa. Al darse cuenta, el farmaceuta empezó a gritar “¡ladrona, ladrona!” y de inmediato, las personas de las tiendas vecinas salieron a ayudarlo.
Al ver a la muchedumbre que corría detrás de ella, Luciana se detuvo; sin conmoverse, los aldeanos pudieron ver cómo rodaban las lágrimas por su rostro; la multitud, enfurecida, se preparaba para aplicar la tradición de la Caminada en Llamas.
– ¡pagaras ladrona!
– ¡Lo siento! Gritaba Luciana mientras era juzgada por el gentío.
– ¿por qué lo has hecho?
En ese momento, Felipe iba camino a casa, cuando observó el alboroto y descubrió que era su hija quien sería enviada por el camino de piedras calientes; al acercarse la escuchó en medio del llanto, cuando confesaba la razón por la que había robado el medicamento.
– ¡No quería hacerlo! Pero no tuve más opción, mi madre está muy enferma y no tenemos suficiente dinero para cubrir sus gastos, no quería robar, sólo no quiero que mi mamá muera. Confesó Luciana.
Al oír su respuesta, conmovidos, todos decidieron que solo por esta vez no sería aplicada la tradición; sin embargo, Miguel, el hijo del tendero, no muy contento con esto, reclamó justicia, porque sentía que su padre había sido ofendido, así que pidió que el remedio fuera cobrado por el doble de su valor; preocupados al oír su petición, Felipe y Luciana pidieron que les fuera permitido pagar en el trascurso de la semana, mientras que el pueblo, afligido, hizo una recolecta para reunir el dinero.
– ¡¿Acaso están locos?! Exclamó Miguel. ¿Cómo es posible que la pequeña ladrona se salga con la suya? Entiendo su delicada situación, pero debe pagar por lo que ha hecho.
– Lo pagará, o, mejor dicho, lo pagaremos. Cualquiera podría estar en su situación. Gritó un hombre de la multitud mientras sacaba la billetera de su pantalón.
– Es cierto, no están solos en esta situación, niña linda. Apoyó la vecina Gladis.
Y en un parpadeo, el remedio estaba pago. Agradecidos, Luciana y Felipe regresaron a casa a cuidar a Elvira. Con esto, Luciana aprendió que a pesar de la situación en la que esté, siempre es mejor hacer lo correcto y nunca más volvió a robar.